Por Alejandra Pinto – crítica de cine.
Hay una idea que, desde que el cine es cine, nos ha estado rondando: La cámara sirve para captar el momento que estamos viviendo, pero no podemos asegurar su trascendencia, a no ser que, por nuestro medio, nos preocupemos de ello. Por lo mismo, el objeto mecánico depende de la intervención humana, porque sin ella, las imágenes dejan de tener significado y abandonan su estatus simbólico.
Esta preocupación que enfrentamos al acceder a la imagen es algo que emerge cuando vemos Las cosas indefinidas (2023) la más reciente película de María Aparicio, un filme que ya tuvo un exitoso paso por el FIC Valdivia 2023 y que ahora forma parte de los estrenos de la Red de Salas de Cine. María Aparicio tiene a su haber dos direcciones previas, que también intentan asomar por entre los intersticios de lo humano y lo que es posible representar en la imagen, como si no pudieran distanciarse lo uno y lo otro.
Viviendo esta constante, la película nos muestra a Eva, una montajista de cine que sufre el fallecimiento de su mejor amigo, Juan, un cineasta con quien ha trabajado por años. Con la ayuda de Rami, un compañero en la experiencia de la edición cinematográfica, tiene que cruzar a través del dolor que implica perder el entusiasmo y el interés por aquello que se ama. Eva parece decirnos que, sin la existencia de su amigo, ya no hay nada que valga la pena, siendo Juan una presencia que no vemos, pero que se nombra, se recuerda y se siente en cada paso de la película.
La idea entre lo que es posible observar y lo que no, se cruza con un trabajo de edición que Eva se encuentra realizando, en donde un grupo de personas no videntes es capturado en Super 8, dando su testimonio acerca de la experiencia de la ceguera. Uno de los entrevistados intenta explicar la sensación de no ver: “Es como mirar al vacío”. Eva, en la situación que vive, también mira al vacío, pero sin la conciencia del entrevistado. El arrojo y la entrega a esta falta de visión causa un efecto en Eva, que no quiere perder el recuerdo de su amigo, pero que, pese a eso, aún le cuesta tomar las riendas de ese recuerdo.
En Las cosas indefinidas, vemos un constante juego entre memoria, sueño, imagen y dispositivos. Una pregunta subyace: ¿Nuestros recuerdos se parecen al archivo? ¿Es nuestro cuerpo un dispositivo capaz de guardar el archivo? ¿Es la memoria un registro? Desde ahí podríamos comprender el pánico que se siente al tiempo que vamos perdiendo lo que recordamos. Un recuerdo es una imagen de lo que somos y lo que seremos. Eva mantiene, como si fuese una fuente luminosa, el disco duro externo de su amigo, sin abrirlo, como si al revisar su contenido fuese a explotar frente a ella una caja de pandora con los registros que él tomó de manera personal, con un significado que él mismo les asignó y que por lo mismo, ella jamás habría podido tener acceso.
Tal vez ese recuerdo también está situado por la voz de los protagonistas y las personas ciegas que aparecen en el documental. En un momento, Eva descubre que el testimonio de estos últimos no sirve sin la presencia de su cuerpo. Juan no tiene voz, tampoco tiene cuerpo. Los espectadores no lo conocemos, y solo dependemos de la memoria de Eva para conocer su existencia. Esta puesta en relevancia de Eva respecto a su amigo es la que nos permite seguir a su personaje. Es Eva representando la voz de Juan, encarnando una de las aseveraciones que ella presenta al inicio de la película “Los archivos están llenos de muertos vivientes”. Su archivo/recuerdo convive con ese muerto que se mantiene dentro de ella.
Hacia el final de la cinta, Rami señala “Hay que confiar en las películas. Las películas son mucho más generosas de lo que uno piensa”. Desde aquí, apostamos a que eso es cierto. Las imágenes son la forma en la que vemos el mundo y lo tomamos para nosotros. Son la vía para no perder la memoria, aunque a veces esa memoria esté asegurada dentro de nuestras cabezas. Es frágil, pero también sublime: La imagen nos salvará del miedo a perderlo todo.
Alejandra Pinto
Crtítica de cine.
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